Contaminación Sónica mal de las grandes ciudades

viernes, 3 de septiembre de 2010 | | | 0 comentarios |
(Ángel Perozo-Columnista ACN/Foto: Archivo).-  No enfrentamos solamente la contaminación de la basura que hoy llena las alcantarillas citadinas con características de pozos sépticos pútridos, la contaminación sónica también nos hace sordos por las calles buhoneriles. La exposición crónica a los altos ruidos que subrepticiamente nos rodean, cumplen con elevar la presión sanguínea y empujar hasta la sobremarcha nuestros niveles de adrenalina, cosa que -entre otros males- dificulta el aprendizaje de los niños, debilita el sistema de inmunidad humana y prepara el terreno para enfermedades del corazón.
Y, como todos sabemos, hasta la exposición por corto tiempo al castigo de motocicletas, estéreos con amplificadores y perros aullando logran incrementar el estrés, destruir la concentración y acabar con el sueño.

La intrusión sónica nos invade sin que nos demos cuenta. Igualmente sabemos de la carencia de decretos o leyes que combatan efectivamente la polución del ruido. Es escasa la defensa legal para ahogar estas irritaciones, además de que cuando existe se cumple poco. Todo esto hace que no baste con regular los decibeles de un reloj despertador o un concierto de rock, por ejemplo. Para no afectar la salud, hay que tomar en cuenta también la cantidad de tiempo que pasamos expuestos al ruido contaminador. Y otra cosa clave es que los legisladores no se ocupan de esta muy presente realidad, que no es una pendejadita.

De nada sirve quedarse callado y esperar que el ruido pase. Consideramos que se requiere de una Organización No Gubernamental (ONG) para esta pelea, donde se cree una librería del ruido, guías para luchar contra el ruido, estudios y leyes. No se trata de ser un nazi del silencio. Se trata de poder disfrutar de los sonidos que se quieren oír sin que sean ahogados por otros sonidos. Como vivimos en una sociedad tecnológica, se cree que el ruido viene como parte complementaria Eso no es verdad. Las mismas tecnologías que crearon los ruidos pueden acabar con ellos. Pero falta voluntad política para imponer esas restricciones.

Por ello es que las comunidades tienen que unirse y escoger el silencio. Es un costo mínimo. Antes de que nos quedemos sordos y con los nervios destrozados, debemos aprender sobre ruidos y soluciones. Aunque suene extraño, hay que tener un decibelímetro a mano y determinar el sonido que nos rodea, además de ir a las municipalidades y averiguar si se está violando alguna ordenanza. Porque a los ruidosos hay que enfrentarlos calmadamente, ya que la mayoría de las veces ignoran que molestan. Y si eso no funciona, hay que ir a la policía, hacer peticiones y fortalecer la aplicación de ordenanzas antirruidos.

Felizmente, ante tanto incumplimiento y las ganas o deber de hacer algo bueno por parte de los funcionarios públicos, la preocupación ciudadana va en aumento (con su sordera no solicitada) en algunas comunidades, gobiernos locales y policiales. Porque el ruido degrada el ambiente, es la basura del paisaje sonoro. Y debe ser limitada. Esforzándonos entre todos, podríamos rescatar tanto lugar citadino para beneficio de una realidad más pacífica.